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Eran las diez de la mañana y Patrice Mersault caminaba con paso firme hacia la villa de Zagreus. El ama de llaves ya se había ido al mercado y la villa estaba desierta. Era una hermosa mañana de abril, fresca y luminosa; el cielo estaba radiante, pero no había calor en el resplandeciente sol. La carretera vacía ascendía hacia la villa y una luz pura se colaba entre los pinos que cubrían la ladera. Patrice Mersault llevaba una maleta, y mientras caminaba por la mañana primigenia, los únicos sonidos que oía eran el chasquido de sus propios pasos en la fría carretera y el chirrido regular del asa de la maleta.
‘Me voy con sólo medio hombre. En caso de necesidad no hay problema: aquí hay más que suficiente para pagar a los que se han ocupado de mí hasta ahora. Por favor, utilice lo que queda para mejorar las condiciones de los hombres en la celda de los condenados. Pero sé que es mucho pedir’.
Sin expresión, Mersault dobló la hoja y la volvió a meter en el sobre. Al hacerlo, el humo de su cigarrillo le picó en los ojos y un pequeño trozo de ceniza cayó sobre el sobre. Se la sacudió, dejó el sobre sobre la mesa, donde seguramente se notaría, y se volvió hacia Zagreus, que ahora miraba el sobre con sus poderosos y rechonchos dedos aún sosteniendo el libro. Mersault se agachó, giró la llave de la pequeña caja fuerte que había en el interior del cofre y sacó los paquetes de billetes, de los que sólo se veían los extremos en los envoltorios de los periódicos. Sujetando la pistola bajo un brazo, con la otra mano llenó metódicamente la maleta. Había menos de veinte paquetes de cien, y Mersault se dio cuenta de que había traído una maleta demasiado grande. Dejó un paquete en la caja fuerte. Luego cerró la maleta, tiró el cigarrillo a medio fumar al fuego y, tomando el revólver en la mano derecha, se dirigió hacia el tullido.
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Desde 1935 hasta su muerte, Albert Camus llevó una serie de cuadernos para esbozar ideas para futuras obras, registrar fragmentos de conversaciones y extractos de libros que leía, y anotar sus reflexiones sobre la muerte y el horror de la guerra, sus sentimientos sobre las mujeres y la soledad y el arte, y sus apreciaciones sobre el sol y el mar de Argelia. Estos tres volúmenes, ahora disponibles
Desde 1935 hasta su muerte, Albert Camus llevó una serie de cuadernos en los que esbozaba ideas para futuras obras, anotaba fragmentos de conversaciones y extractos de libros que leía, y anotaba sus reflexiones sobre la muerte y el horror de la guerra, sus sentimientos sobre las mujeres y la soledad y el arte, y sus apreciaciones sobre el sol y el mar de Argelia. Estos tres volúmenes, disponibles por primera vez en edición de bolsillo, incluyen todas las anotaciones realizadas desde la época en que Camus era aún completamente desconocido en Europa, hasta que murió en un accidente de automóvil en 1960, en la cima de su capacidad creativa. En 1957 había sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Autobiografía espiritual e intelectual, los Cuadernos de Camus están siempre más preocupados por lo que sentía que por lo que hacía. Es intrigante para el lector ver cómo aprovecha y desarrolla ciertos temas e ideas, descarta otros que al principio parecían prometedores y explora diferentes tipos de experiencia.
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Un hombre vivo puede ser esclavizado y reducido a la condición histórica de objeto. Pero si muere al negarse a ser esclavizado, reafirma la existencia de otro tipo de naturaleza humana que se niega a ser clasificada como objeto.
Sólo hay un código moral que el hombre absurdo puede aceptar, el que no está separado de Dios: el que se dicta … Parto aquí del principio de su inocencia. Esa inocencia es de temer.
Todos los sistemas de moral se basan en la idea de que una acción tiene consecuencias que la legitiman o la anulan. Una mente imbuida de lo absurdo se limita a juzgar que esas consecuencias deben ser consideradas con calma.
Nuestra civilización técnica acaba de alcanzar su mayor nivel de salvajismo. Tendremos que elegir, en un futuro más o menos próximo, entre el suicidio colectivo y el uso inteligente de nuestras conquistas científicas.
Ensayo de reacción al anuncio del bombardeo de la ciudad de Hiroshima con una bomba atómica, publicado en el periódico de la Resistencia francesa, Combat (8 de agosto de 1945), traducido por Alexandre de Gramont, en Entre el infierno y la razón: Ensayos del periódico de la resistencia Combat, 1944-1947 (1991), p. 110
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Escritos comprometidos de Albert Camus contiene Cartas a un amigo alemán, Reflexiones sobre la guillotina y Los discursos del Nobel (Discurso de aceptación y Crear peligrosamente) con un prólogo de Alice Kaplan.
Antes de trabajar en una librería, compraba libros para mí de forma muy deliberada y cuidadosa. Siempre leía las primeras páginas de antemano y solía ceñirme a autores conocidos (y queridos). Si iba a gastar mi dinero en un libro de precio completo, quería tener un éxito garantizado. Tomaba prestados más libros de forma experimental en la biblioteca, o los amigos me prestaban un libro o me hacían un regalo que me llevaba por nuevos caminos.
En los mercados, las ventas de garaje y las librerías de segunda mano me volvía un poco loca al recoger libros de los que había oído hablar vagamente o que me habían recomendado. A los treinta años me uní a mi primer grupo de lectura, lo que amplió mi abanico de lecturas, aunque me molestaba leer libros que no acababa disfrutando. («Disfrutar» es un término generoso que incluye cosas como el placer, la edificación, la fascinación, la instrucción, la vuelta de página, la apertura de ojos, la sorpresa y la excelencia).